Decir que el problema de nuestra democracia se encuentra en las coaliciones gobernante y opositora se nos queda muy corto. La enferma democracia chilena radica en elementos muchos más profundos, de toda la sociedad, y la superación de esos problemas requiere una mirada de largo plazo, cambios profundos en la estructura política del país y la colaboración de toda la ciudadanía.
Nuestra sociedad ha cultivado el individualismo, el clasismo, la xenofobia. Ha creado para sí misma una imagen de sociedad exitosa y moderna, que al mismo tiempo es un país desigual y muy por debajo de las garantías y derechos de las personas. Podemos observar la efervescencia de las movilizaciones pero poco podemos conocer del compromiso de las y los ciudadanos por cambiar nuestros modos de vida. No queremos antenas de celular cerca de nuestras casas, pero no dejamos de hablar por el I-phone o la blackberry.
Somos un país rico en recursos naturales y estamos motivados a protegerlos y manifestarnos. La pregunta es ¿cuántos estamos dispuestos a sacrificar parte de nuestra comodidad por mitigar los efectos que tiene el desarrollo capitalista en el medio natural? El desarrollo sustentable – en Chile y en el mundo – se convierte en un producto más al cual sacar beneficios.
La responsable del estado de enfermedad de la democracia, que se manifiesta en la crisis de legitimidad de las autoridades e instituciones, es precisamente una sociedad que ha crecido enseñando a los ciudadanos a rascarse con sus propias uñas. Falta de garantías mínimas, con una "meritocracia" desde arriba que premia a los de siempre. No es fácil librarnos de una forma de pensar, de una cultura instalada, reforzada por la educación, nuestro sistema electoral, nuestros líderes y las empresas, apreciada como algo sumamente normal por todas y todos nosotros.
La transformación proviene de un cambio social y político profundo, complejo y de largo plazo. El objetivo debe ser profundizar la democracia, acercar el poder a la ciudadanía y crear una sociedad que brinde a todos y a todas las bases fundamentales para su desarrollo, que les entregue las herramientas sin excepción, para que cada uno, conforme a sus motivaciones construya su vida y su felicidad. Debemos trabajar en una sociedad más diversa que equilibre los pilares de igualdad y libertad.
La nueva generación que hoy moviliza y deja huella en la historia de Chile, debe ser la que sea capaz de rehacer un discurso político perdido, soñar y construir una democracia más comunitaria. No buscamos un Estado todopoderoso, pero tampoco un Estado frágil que abandona a los que menos tienen ante los intereses puramente económicos.
Todas estas cuestiones pueden parecer demasiado abstractas, demasiado utópicas, pero son las ideas (como ya lo decía Berlin) las capaces de mover al mundo. No debemos dejarnos vencer por quienes no quieren pensar, por quienes prefieren quedarse como estamos y avanzar en la medida en que los poderosos lo permiten. Tenemos el derecho de pensar, criticar y construir el mundo en que queremos vivir. Sólo con ese aliento podremos caminar hacia un Chile mejor de como lo encontramos.