domingo, 4 de agosto de 2013

El ser mujer y su relación con la sexualidad


A lo largo de la historia, la mujer siempre se ha visto disminuida con respecto a la imagen del hombre y al protagonismo que ha asumido éste en la misma, ya sea a nivel económico, político, social y/o cultural, esto también asociado a su participación dentro de la sociedad, puesto que ha tenido la posibilidad de desempeñarse en distintas áreas, donde ha podido asumir el control de importantes proyectos, no sólo políticos, sino también sociales y culturales, donde ha marcado presencia y se ha destacado en ellos, dejando un breve espacio para que la mujer pueda ir ocupando nuevos puestos, que le permitan competir de igual a igual con sus pares hombres, sobre todo asumiendo cargos de responsabilidad que siglos atrás se le hubiesen negado, ya sea por falta de confianza en las capacidades existentes, así como por la poca experiencia que poseerían ellas. Del mismo modo, otro aspecto que genera discusión, es la relación que tienen con su propio cuerpo, debido que para el hombre existe mayor libertad en la toma de decisiones, no sólo sobre sí mismo, sino sobre el cuerpo y la sexualidad de la mujer, donde muchas veces las mismas permiten que esto ocurra, pero con el tiempo ha surgido la dicotomía donde ellas se han cuestionado la posibilidad de compatibilizar la visión del colectivo con la percepción propia, y poner en disputa la cabida que tienen sus decisiones personales referente a este tema.

Para poder analizar lo anterior, es importante tener presente que el ser mujer, desde lo que se entiende en base al género y sexo, va a incidir en las posibilidades de insertarse socialmente, esto en relación al desenvolvimiento con el colectivo y la realización personal. Por un lado, el género apunta a “la construcción cultural de las diferencias sexuales. Vale decir, cada grupo humano elaborará una determinada manera de concebir lo masculino y lo femenino, así como las relaciones entre ambos, y esa elaboración tiene que ver con  su historia particular, con su modo específico de morar el mundo” (Montecino, 1996. p.187). En ese sentido, si se reflexiona en torno a la película la “Teta Asustada”, es posible notar cómo el ser mujer se relaciona con el ser madre, esposa e hija, es decir que su vida esté normada por esos roles, ya sea por la importancia que se le atribuye al matrimonio, por las expectativas que se tienen sobre éste (hijos y vida en pareja), y por las pocas oportunidades que se vislumbran en torno a la realización profesional femenina, sumando que esta proyección futura es un patrón que generalmente se repite de generación en generación, por lo que las madres enseñan a sus hijas, lo que sus progenitoras les enseñaron antes, cuestionando duramente la plausibidad de optar por no seguir con la tradición patriarcal, donde “es posible constatar que toda la vida de los seres humanos se halla atravesada por su condición genérica femenina o masculina, mediatizando así las maneras de sentir, pensar y actuar la realidad, configurando la subjetividad individual”, la cual provoca que en la escala valórica adquiera mayor importancia el responder a ciertas “obligaciones” que muchas mujeres plantean les son más propias que otras, de hecho, no hace mucho tiempo se criticaba que las féminas fueran futbolistas, asumieran trabajos en las minas, talleres mecánicos, etc. así como el mismo hecho de la inserción de la mujer al mercado laboral en toda la extensión del suceso. (Hernández, 2006. p.3). En esa línea, esto puede estar directamente vinculado a los principios de igualdad y libertad, considerando, por cierto, que apelar a la igualdad resulta complejo, empezando por la distinción que se debe hacer a partir de lo que se comprende por sexo, puesto que éste se “refiere a los rasgos fisiológicos y biológicos de ser macho o hembra” (Hernández, 2006. p.1), por tanto es hereditario, o sea, las cualidades y capacidades de uno u otro estarán expresadas a raíz de esta condición, donde habrá una estructura ósea distinta, una motricidad fina determinada, etc. así como habilidades existentes que se van trabajando con el tiempo, por cierto, esto no quiere decir que las mujeres sólo estén capacitadas para un tipo de labor, sino más bien que esto visto desde una perspectiva machista, a partir de características específicas, genera que se les encasille de un modo particular, e invalide en base a la realización de labores concretas, como es el cuidado de los hijos, la mantención del hogar y el atender al esposo, consiguiendo con ello que cualquier aspiración personal se vea postergada. Bajo este precepto es que el mundo de lo privado fue delegado a la mujer, mientras que lo público era dominado principalmente por hombres, por tal hecho el concepto de ciudadanía adquiere un valor distinto para cada genero, sobre todo en cuanto a toma de decisiones, tanto en lo político como en relación al mundo propio, confinando a la mujer a la vida doméstica, donde tampoco el trabajo llevado a cabo por ellas se le asigna algún valor, sino más bien se le quita importancia y se asume como una obligación innata.

“En el imaginario social, lo esencial en la feminidad, desde su construcción sociocultural, es lo natural, lo biológico, representado en la capacidad exclusiva de la maternidad y de ahí ‘emocionalidad’, el cuidado, el ser para los otros, la fragilidad, la dependencia, entre otros. Mientras que la masculinidad, viene dada por la cultura, la creación, el pensamiento abstracto, la trascendencia social de la biología. De ello se desprende que lo relacionado con lo natural-biológico-mujer, en el proceso de construcciones simbólicas y la práctica concreta, emerja como inferior o subordinada a la cultura-hombre” (Hernández, 2006. p.3), ante este escenario con los estudios de la mujer, y el auge que cobran ellas a nivel social, ya sea a través de estos mismos estudios como de los movimientos feministas, se logra el reconocimiento del valor de la producción doméstica y del papel de las mujeres en la red social que apoya y reproduce la existencia social. En los años setenta se hacía necesario hacer visible lo invisible. Reconocer, nombrar y otorgarles existencia social, puesto que la existencia es un requisito para la autovaloración y para la reivindicación (Jelin, 1996), por tal hecho es que las demandas de la mujer se van volviendo cada vez más recurrentes y con mayor adhesión, posesionándose así una identidad distinta, donde las reivindicaciones, “las prioridades políticas o los ámbitos de lucha en contra de discriminaciones y opresiones pueden variar, siempre y cuando se reafirme el derecho a tener derechos y el derecho (y el compromiso) de participar en el debate público acerca del contenido de normas y leyes” (Jelin, 1996.p.4). Con ello se estaría avanzando a dejar de lado el universalismo y esa concepción donde existen características propias de todas las mujeres, donde se generaliza el ser mujer a partir de hechos particulares y cotidianos como es el tiempo de demora en arreglarse, la compulsividad en las compras, la indecisión y falta de claridad frente a ciertas situaciones, entre otras, asumiendo de este modo que no existe opción de que una fémina se comporte de manera distinta. Frente a esto, cada cultura elabora de manera diferente lo que es ser hombre y ser mujer, es decir cada cultura elabora sus propias identidades de género a partir de su condición biológica, de las diferencias propias entre los sexos, por ello en la película se ve la importancia de la sexualidad reflejada en la protagonista, justificada a partir de un hecho histórico, entendido desde la cosmovisión y vivencias de Perú, donde la “Teta Asustada” es una enfermedad que se transmite por la leche materna de mujeres que fueron violadas por soldados durante el terrorismo en dicho país, donde los/as afectados nacen sin alma, porque a raíz del susto sufrido frente a la agresión estando en el vientre de la madre, el alma se esconde en la tierra, cargando los/as perturbados/as un terror hereditario, que los/as aísla de los demás. Esta creencia andina del traspaso del miedo y la tristeza de madre a hijo/a, puede ser comprendido además desde la construcción simbólica del género, puesto que las diferencias biológicas encuentran significado dentro de un sistema cultural específico determinado por la sociedad a la cual se pertenezca (Hernández, 2006), es así como no podría entenderse la transmisión del miedo por parte del padre a los hijos por otros medios, debido a la concepción existente con respecto al apego de la madre con los niños, y a su labor maternal, esto en cuanto a cuidados, abrigo, alimentación, seguridad, etc. A esto también se suma el desarrollo de la sexualidad por parte de la mujer, y como ésta es percibida por el hombre, porque estando en pareja, muchos creen que sus esposas o novias son de su propiedad, por lo que ellas están obligadas a obedecer y a acatar todo lo que planteen. Asimismo en casos de conflictos bélicos se manifiesta otra forma de vulnerar los derechos humanos de las mujeres, esto a través de la violencia sexual, donde se les obliga a tener relaciones de este tipo y/o se  abusa de ellas (niñas y madres), donde tal conducta se vería amparada en la asimetría de los géneros y la posición inferior de las mujeres, hecho que sería un factor común para todas las culturas, donde de acuerdo a esta posición, ellas siempre se hallarían  asociadas a lo que la cultura desvaloriza, debido a la correlación de la mujer con lo natural, la naturaleza (Hernández, 2006). De la misma manera, desde la perspectiva de la construcción social, esta convivencia dispar sería explicada en base al papel económico que juega la mujer en la sociedad, determinado por la división sexual del trabajo, donde el origen de la subordinación de las mujeres, el matrimonio monogámico y el desarrollo de la familia, esto ligado al surgimiento de la propiedad privada (Hernández, 2006), viéndose a la mujer como una mercancía sin voluntad propia para decidir qué hacer con su vida. Por tanto este punto, sobre todo el matrimonio monogámico, no existe debido a la creencia religiosa que Dios plantea que la unión entre hombre y mujer se debe dar solo entre una pareja, sino que el hombre lo estipula de tal manera para asumir un dominio importante sobre la mujer, consiguiendo con esto que ella no tenga oportunidad alguna de tener una relación con otro hombre además de él, caso contrario es lo que ocurre muchas veces con ellos, que pueden asumir múltiples relaciones amorosas y para los ojos de la sociedad es visto como ganador, como alguien que merece respeto, mientras que la mujer es percibida como impura y desleal, mereciendo de esta manera todo el desprecio y juicio social. Es así como para la situación de las féminas, el “cuerpo al tener la capacidad de gestar la vida, cobra un valor social muy especial. La necesidad del control del cuerpo de la mujer proviene de la simultaneidad de la propiedad privada y la transmisión hereditaria de la propiedad. Cuerpo que da placer sexual, cuerpo que da hijos. Cualquier intento de ejercer poder sobre la reproducción implica apoderarse y manipular el cuerpo de las mujeres, sea de forma privada o pública (políticas de población, ideologías y deseos de paternidad), donde el deseo de las mujeres puede contar, o no”. (Jelin, 1996. p.10), En base a esta postura, es que se ve justificado además el imponer una visión en referencia a los derechos reproductivos de las mujeres, fundamentada en elementos valóricos, que se presumen son compartidos a nivel social. La fuerte presencia de la Iglesia Católica y el tradicionalismo ideológico, el enraizamiento de prácticas e ideologías que culpabilizan a la víctima, (Jelin, 1996. p.10) genera que se sancione a quien no respete aquel dictamen, logrando así que aquellas mujeres que estimen conveniente abortar, por ejemplo, deban realizar esta acción de manera clandestina, exponiéndose a tener perjuicios tanto legales como de salud, siendo a partir de este momento donde se tensionan los derechos individuales con los derechos colectivos, donde se vuelve más respetable procrear antes que “matar una vida”. Es de este modo como se puede entender, lo que ocurre en el caso de Fausta, quien se introduce una papa en su órgano reproductor como método de prevención de embarazo en caso de violación o abuso sexual, pero que debe enfrentar y convivir con ella, donde no se le da la posibilidad de elegir que hacer con su cuerpo, sino que se asume que la única manera de evitar cualquier situación de vulneración de derechos es a través de esta acción. Considerando lo antes mencionado, es que es posible apreciar el control de la libertad de las mujeres en torno a su sexualidad y a su desenvolvimiento personal y profesional.

En relación a esta temática, el industrialismo y la modernidad trajeron cambios sustanciales en la modalidad de apropiación del cuerpo femenino, sin eliminarla: se producen nuevos desarrollos tecnológicos para prevenir embarazos y combatir la esterilidad, generándose así un nuevo ideal de familia con pocos hijos. (Jelin, 1996. p.10). No obstante estos adelantos, aun se siguen reglamentando los derechos reproductivos de las mujeres, donde en el caso de Chile además de ser prejuiciosos con la temática sexual, en cuanto a actividad y postura referente al tema. Se mantiene el control de la natalidad de las mujeres, en cuanto a decisión y herramientas para continuar o no con un embarazo, delegando esta labor a un grupo de personas que deben dirimir sobre este hecho, como es el Tribunal Constitucional. Frente a esto se podrá cuestionar que quienes integran dicho organismo son hombres y por tanto no tienen una visión global de lo que implica ser madre, pero a su favor es importante plantear que para avanzar en el tema es necesario que exista “co-responsabilidad materna y paterna en el cuidado de los hijos, lo que requiere que los padres tengan voz en la decisión del cuándo y el cómo de la concepción y gestación de sus hijos. Y esto vuelve a plantear la necesidad de pensar la dimensión relacional de la pareja y de la sociedad en el tema de los derechos reproductivos, para así superar la visión de una lucha entre las unas y los otros. (Jelin, 2006. p.12),

Frente a todo lo antes expuesto, es preciso señalar primeramente que es destacable el auge que ha tenido la mujer a nivel social, no solo en relación a la visibilización de la problemática, sino también a lo que implica que las propias mujeres sientan la necesidad de exigir sus derechos, puesto que aun cuando se ha avanzado mucho en torno al resguardo de estos derechos, lo que se ve reflejado en la posibilidad que la mujer pueda votar, trabajar para mantener el hogar, e incluso que pueda postular a cargos de responsabilidad, se han postergado otros temas igualmente importantes como es por ejemplo los derechos reproductivos de la mujer, vinculado a la vida del que está por nacer, así como del cuerpo de la madre, donde es necesario plantear que de igual manera es preciso considerar al padre, pensando por cierto en el logro de la igualdad entre hombres y mujeres, considerando que ellos tienen los mismos derechos y obligaciones con los hijos, por lo que la decisión debiera basarse en la opinión de ambos, sin que un tercero intervenga aquello.

Como segundo punto a destacar, es la relación asimétrica existente entre hombres y mujeres, donde no solo se expresa lo mencionado en el párrafo anterior, sino que además aparece como tema central en la discusión, la relevancia de la cultura en la permanencia de esta situación, lo cual resulta ser paradójico, debido a que si se realiza un análisis cuantitativo, el número de hombres y mujeres que pueblan Chile por ejemplo, es muy similar, no existe una gran diferencia, es más, ésta se inclinaría hacia el lado femenino, por lo cual inquieta pensar que la mujer siga permitiendo que se repliquen situaciones de discriminación y descalificación. Aun cuando desde un punto de vista fisiológico, esto podría justificarse a razón de ciertas características que determinan las habilidades de unos y otros, como es la fuerza y la estructura ósea. De todos modos, se espera que existan organismos que apoyen a las mujeres y promuevan el respeto por el otro. Por tal hecho, la única forma de terminar con la asimetría existente hasta ahora, la cual ha provocado el distanciamiento entre hombres y mujeres y la delimitación de labores que inicialmente son complementarias, como es el caso de la crianza. Es apuntar a compartir efectivamente los deberes y obligaciones, donde no se siga denigrando a la mujer, puesto que con esta acción se sigue profundizando la asimetría existente y generando en las propias afectadas la idea que aquel trato es el que merecen, que solo tienen utilidad en las labores del hogar, y que además el cuidado de los niños le corresponde solo a ella, sumando que su rol es estar en el hogar, ya que el hombre es el encargado de proveer de dinero a la familia, etc. Asimismo avanzar a la integración de hombres y mujeres en la construcción de una sociedad donde el respeto por el otro sea fundamental y no se busque coartar la libertad del género opuesto, donde tal hecho debiera iniciar en la práctica diaria, no sólo de las mujeres que sufren algún tipo de maltrato, sino también del colectivo completo, donde estudiantes, profesionales y organismos en general se preocupen de  trabajar el enfoque de género y llevarlo a la práctica.


Bibliografía
Hernández, Yuliuva (2006): “Acerca del género como categoría Analítica”. Universidad de Oriente. Santiago de Cuba
Jelin, Elizabeth (1996): “Igualdad y diferencia: dilemas de la ciudadanía de las mujeres en América Latina”. Universidad de Buenos Aires, CONICET. Argentina.

Montecino, S. (1996). “Identidades de género en América Latina: mestizajes, sacrificios y simultaneidades” [versión electrónica]. Persona y Sociedad. Chile

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