jueves, 23 de diciembre de 2010

Reflexión en torno al quehacer profesional en el trabajo con Adultos Mayores


La familia según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es el elemento natural y fundamental de la sociedad, es basado en esto, que para poder comprender el desarrollo individual del ser humano, se debe considerar a la persona como parte de un todo, es decir, se comprende desde un sistema social familiar, en donde los individuos están en una constante transacción entre los subsistemas conyugal, paterno, fraterno y filial, cumpliendo así las relaciones de reproducción, producción y consumo, además se desprende una concepción de familia, en donde ésta se considera como un lugar de encuentro y de desarrollo de los vínculos profundos que posibilitan al hombre hacerse cargo de sí mismo, de los otros significativos y del mundo en que vivimos (Elsner et al, 2001).

Lo anteriormente señalado no siempre se lleva a cabo, debido que en la actualidad existe un cambio en la distribución demográfica, la cual ha conllevado a una creciente preocupación por la temática sobre el envejecimiento, como proceso, y la vejez, como etapa de la vida. Datos entregados por la encuesta CASEN del año 2006, señalan que existen 2.100.378 personas mayores de 60 años, las cuales representan un 13% de la población total del país, en donde un número significativo de Adultos Mayores se encuentran en situación de pobreza (129.422 adultos mayores) e indigencia (27.724 adultos mayores), siendo estos dos últimos, parte de la población objetivo del programa Residencia del Hogar de Cristo (Rioja; Muñoz, 2009). En el caso específico de la Residencia Carlos Mujica, en donde desarrollamos nuestra práctica, los Adultos Mayores que son usuarios de este programa se encuentran en situación de abandono, y no cuentan con la presencia de su red primaria, es decir existe un distanciamiento o anulamiento del lazo con su familia nuclear y extensa.

Pero aún así es importante tener en consideración que “la familia desde la perspectiva del Estado, la cual es considerada como una institución mediadora en las iniciativas vinculadas con la promoción de equidad, con la garantía de derechos humanos básicos, y con la integración de los individuos en redes sociales y comunitarias” (CEPAL, 1994, extraído de Arriagada, 1997, p.9). Se suma además, que “regula ciertas acciones sociales referidas a necesidades, tales como procreación, sexo, aceptación, seguridad afectiva, educación, producción y consumo de bienes económicos” (Cerda, 2006, p.62).

Pese a lo antes mencionado, ha sido inevitable que ésta no se haya ido modificando con el pasar del tiempo, debido a la influencia de los reconocimientos que se le han otorgado a la mujer, quien ha visto como su rol en la sociedad y dentro de la familia ha cambiado, lo cual ha marcado el cómo se desarrolla su dinámica interior, además de la influencia transversal del cambio de la distribución demográfica.

El modelo tradicional de familia que imperaba en Chile desde los años 60 a los años 80 era el de tipo nuclear. La familia estaba compuesta por la pareja unida legalmente, a través del matrimonio, donde los hijos pertenecientes al mismo fueran fruto de aquel vínculo. Los roles dentro de ella estaban delimitados de tal manera que el hombre debería ser el proveedor económico de la familia, por medio de su inserción en el mercado del trabajo, en tanto la mujer se encargaría fundamentalmente de los aspectos reproductivos, de cuidado doméstico de hombres, niños y ancianos (Arriagada, 1997). Por lo que cualquier otro tipo de conformación del núcleo familiar no le será reconocido como tal, generando de este modo una diferenciación entre los hijos nacidos fuera y dentro del matrimonio, aumentando de este modo las diferencias entre unas personas y otras, ya que en base a ello los derechos y el trato que tienen los hijos va a ser distinto dependiendo de la condición de su filiación. Con respecto a este punto en la actualidad esta situación es radicalmente distinta, ya que sólo existe el estado de hijo, por lo que las distinciones entre hijos naturales y no naturales han desaparecido, mas aún cuando la legislación se centra en velar por el interés superior del niño, dando importancia al conocimiento del propio origen y al resguardo cuando el progenitor no quiere reconocer la paternidad del mismo.

Por otro lado, para los Adultos Mayores, esta doble carga que asume la mujer, a partir de las exigencias económicas y sociales de la misma comunidad, al aumentar los estándares de vida y el costo de la misma, trae como consecuencia que al volverse incompatible el desempeño tanto en el ámbito laboral como en el mundo privado del hogar y los deberes que esto implica, vuelve a este sector etario de la población una carga extra para la vida de las mujeres, esto principalmente porque no se comparten los roles del cuidado familiar. Es de este modo como se fortalece la institucionalización de los centros u hogares que se hacen cargo del cuidado y apoyo de los Adultos Mayores, permitiendo que las políticas sociales en esta área vayan en esa línea, lo cual genera que las familias no puedan o quieran hacerse cargo estos, debido a esta causa, aumentando así las probabilidades de que los mismos sean llevados a residencias como la existente en el Hogar de Cristo, Carlos Mujica Castillo, donde el usuario se ve privado de tener una interacción familiar con sus seres queridos, ya sea por el abandono o la desligación que hace la familia del mismo, distanciándose de este modo con la red primaria, empero estrechando lazos con la red institucional a través de los funcionarios, que son quienes les brindan apoyo, auxilio y suplen sus necesidades básicas. Es así como tampoco se ha manifestado una voluntad por parte de las autoridades por perfeccionar las condiciones y las políticas públicas que permitan un mejoramiento en calidad de vida y la inserción en la sociedad de los Adultos Mayores, a pesar de que se les considera como sujetos vulnerables específicos.

En cuanto al contexto desarrollado a finales de los años noventa, los tipos de familia tendrán distinta presencia en la sociedad chilena, debido “al aumento de los ingresos familiares, observándose en los grupos con mayores ingresos una autonomía más desarrollada de las mujeres a través de su mayor participación en el mercado de trabajo, lo que les permite autonomizarse y afrontar las separaciones de mejor manera que las mujeres de los quintiles más pobres” (Cerda, 2006, p.72). Lo anterior se debe además a que el costo de la vida aumenta, por lo que este fenómeno se extiende también a las madres y dueñas de casa de los quintiles más bajos, quienes perciben que con un sueldo por familia no pueden mantener a la misma, de igual manera que con el cambio de paradigma de la familia, se ha flexibilizado la visión de ésta y se han manifestado con mayor fuerza diversas situaciones relacionadas, como lo es la existencia de madres solteras, quienes también han debido insertarse en el mercado laboral para poder sustentar a sus hijos por sí solas, hecho que anteriormente sería impensado en una sociedad agnaticia, en la cual no se aceptaban otras formas de concebir a la familia.

Por otro lado, a partir de la participación de la mujer en el trabajo, se fue postergando la maternidad, llevando con ello a que el nacimiento de los hijos fuera mayormente planificado y el uso de anticonceptivos y métodos de prevención se diera con mayor recurrencia, aun cuando un sector de la población y especialmente la iglesia católica han cuestionado tal hecho. Lo antes mencionado ha manifestado el interés del sexo femenino por privilegiar su rol de profesional en desmedro de las labores que antaño se le designó, lo cual ha provocado una transformación en la conformación de la familia.

Es de esta manera, como a raíz del cambio de roles de la mujer y el desarrollo de otras situaciones como el aumento del divorcio y la posterior unión entre familias separadas o divorciadas, así como el reconocimiento de la paternidad individual (madres o padres que se hacen cargo de sus hijos), genera nuevas conformaciones familiares a la ya institucionalizada familia nuclear, donde por ejemplo en estas nuevas opciones es posible encontrar “la presencia de un solo miembro, quien comparte con su familia de origen en algunos momentos” (Cerda, 2006, p.64), esto debido al cese de la convivencia con respecto a su ex esposa, quien teniendo la posibilidad de volver a casarse no logra o quiere hacerlo, por lo cual decide constituir una familia unipersonal, bastando de este modo su sola presencia. Este hecho que se ve fortalecido por la predilección de desarrollarse laboral y profesionalmente, teniendo la formación de la vida común como última prioridad. Este tipo de familia ha ido en aumento con el pasar del tiempo, ya que la forman principalmente personas jóvenes con una concepción distinta de lo que es una familia.

A lo ya enunciado se suma la existencia de las familias conformadas “por un cónyuge y los hijos, que según estadísticas, generalmente es la madre” (Cerda, 2006, p. 64). En la actualidad las familias monoparentales son reconocidas como tal, debido al rol que juega la madre en la crianza y desarrollo biopsicosocial del niño, esto principalmente por el apego que logra con el hijo en la infancia, que se relaciona con “cuidados físicos, protección frente a riesgos y peligros, relajación de las tensiones, etc.” (Palacios, 1999), por tales razones se da tanta relevancia a las funciones de madre que debe cumplir la mujer y la reticencia a que pueda desempeñar un trabajo, ya que la cantidad y calidad del tiempo con los hijos disminuiría potencialmente, por la doble carga laboral y familiar.

Dentro de las familias que son reconocidas en la actualidad, se encuentran aquellas que están establecidas por “dos cónyuges que traen sus familias, sus hijos y procrean juntos, así tienen los hijos de ella, de él y los que nacen de su relación” (Cerda, 2006, p. 64), a estas se les conoce como familias ensambladas. Lo anterior se ve favorecido tanto por el divorcio, la separación de hecho o bien el desarrollo e instauración del concubinato, que si bien podrían constituir otro tipo de familia, por lo menos legalmente no se les reconoce como tal, ya que aun prima aquella que está normada en base al matrimonio, entregándole mayores derechos a la misma, lo cual no es impedimento para que las parejas que conviven puedan relacionarse de este modo.

En base a lo antes expuesto, cabe pensar, que puede determinar lo que es una familia, la percepción de la sociedad, lo que establece la ley o bien lo que las personas puedan considerar. Ante la imposibilidad de responder aquello es que surgen las alternativas de familias que se han presentado, que de una u otra manera constituyen nuestra sociedad, que con el paso del tiempo y el cambio en la percepción de sus habitantes ha permitido que se acepten otros tipos de familias más allá de la nuclear, es por esta razón que el trabajo e intervención con familias debe ser capaz de abarcar estas variaciones, ya que la dinámica y los efectos en quienes conforman las familias, serán opuestas unas de otras, hecho que determinará inevitablemente la labor del trabajador social.

Es así que la propia historicidad de la concepción de familia ha ido marcando el modo en que desde la transdiciplina del Trabajo Social se entienda y se trabaje con éstas, en donde se intervienen situaciones problemas que involucran a los diferentes sistemas que interactúan en la dinámica familiar. Es ante la diversidad de dificultades, que el Trabajo Social tiene como misión desarrollar programas que apunten a un cambio social en esta área, ya que el problema social “se constituye en la relación entre unos y otros, en el sistema, la estructura y la posición social de quienes entretejen el mundo de vida configurado por las presencias y las ausencias” (Tello, 2008, p.8).

Como se señala anteriormente, el quehacer del Trabajador Social está marcado por una intervención intencional, deliberada, racional o planeada, la cual busca “efectos esperados a partir de la experiencia acumulada o de una teoría sobre el tema y la acción a conducir, de forma que los resultados producidos no son independientes del conocimiento o acción del interventor” (Tello, 2008, p.16).

Es por esto, que el trabajo de intervención se basa en un modelo, el cual enmarca selectivamente la realidad, en donde se enfatizan algunas características del objeto a conocer, es decir se está constituyendo el objeto, el problema y las posibles soluciones (Contreras, 2006).

En la actualidad, el Trabajo Social Familiar debe contar como base con dos modelos, los cuales son el Sistémico-Ecológico y el Trabajo en Red, ya que la familia no se puede concebir aislada del medio, debido que a través de éstas se conforma una plataforma de apoyo, que se hará presente ante la manifestación o desarrollo de situaciones problemas.

Es por esto que el Trabajador Social debe ser capaz de ir más allá de las personas, pensando y comprendiendo las características de la familia, enmarcadas en sus relaciones con los diversos medios, sus pautas de funcionamientos y organización. Este trabajo debe ir en paralelo a un trabajo específico con el microsistema, ya que se busca un cambio en la dinámica del núcleo familiar, utilizando los recursos y fortaleciendo redes que dispone la familia, además de conformar otras, que permitan lograr el bien mayor del núcleo familiar.

Como se señalo recientemente, el comprender a la familia a nivel de macrosistema es desarrollar y fortalecer puentes con las redes secundarias y terciarias, esto enmarcado en políticas públicas, que en la actualidad se basan en un modelo familiar que tiende a la igualdad de género, pero que aún no está a la par con las necesidades que éstas presentan, basándose en un modelo de familia ideal, relegando al ámbito privado la mayoría de las funciones, no siendo el Estado un propulsor de políticas públicas destinadas a fortalecer a la familia.

Es ante esto, que el trabajo a desarrollar debe estar enfocado en la interacción entre los medios y redes disponibles, centrándose en un trabajo en la dinámica familiar en donde se potencien las fuerzas que éstas posean, así no sólo se solucionarán los problemas que se diagnostican al momento de trabajar con profesionales, sino que se fomentan las habilidades, capacidades y potencialidades de la familia, los cuales servirán para afrontar futuras situaciones problemas, ya que las familias contaran con herramientas para movilizarse y desarrollar sus recursos, siendo artífices de sus cambios en los diversos procesos.

Como se ha señalado anteriormente, la ausencia o distanciamiento de la red primaria en los casos de Adultos Mayores es una problemática atingente en el desarrollo de Chile en el siglo XXI, en donde se está desplegando una distribución demográfica de pirámide regresiva. Es a partir de esta realidad, que se desarrollan nuevos escenarios, en donde el incremento de la esperanza de vida conlleva a importantes consecuencias en la relación de familia - envejecimiento y un replanteamiento del rol del Estado en cuanto al desarrollo de políticas públicas, destinadas a este segmento de personas, la cual se estima que en quince años será la mayor parte del población total del país.

En cuanto a la relación familia – envejecimiento, el “aumento de la esperanza de vida extiende la existencia de los individuos en su etapa adulta y avanzada, prolongando el tiempo dedicado a ciertos roles (…), así como a actividades personales, profesionales y de ocio, junto con un retraso de edad de inicio de la viudez” (Arriagada, 2007, p.274), además de generar una tendencia al incremento de hogares con y de personas mayores, tomando una vital importancia el estudio del Ciclo Familiar, en donde se señala que durante la última de las cinco etapas, que es la del “nido vacío, la familia debe trabajar por mejorar la calidad de vida, a través de los cuidados que se le puedan entregar a los Adultos Mayores” (Arriagada, 1997, p.51). Es ante esto, que el Estado ha debido trabajar en esta temática, ya que las políticas públicas desarrolladas hasta mediados de los noventa, no incluían como parte de su agenda gubernamental políticas destinadas a los Adultos Mayores.

Es ante esto que el distanciamiento o la anulación de vínculos con la red primaria por parte de los Adultos Mayores conlleva a que su microsistema esté constituidos por funcionarios de los diversos Hogares, en nuestro caso de la Residencia Carlos Mujica, los cuales se conforman para entregar protección, ayuda y permitir el desarrollo del usuario, en donde se potencia el bienestar biopsicosocial y se fortalecen redes con otras instituciones, las cuales componen su macrosistema, en gran medida determinadas por las políticas públicas desarrolladas por el Servicio Nacional del Adulto Mayor, que buscan la protección social de este rango etario.

En cuanto al abandono en que se encuentran los Adultos Mayores de la Residencia Carlos Mujica, es un tema que se debe abordar desde el desarrollo del ciclo vital familiar, ya que al realizarse este trabajo se prepara la familia como conjunto para afrontar los cuidados y situaciones que conlleva tener un Adulto Mayor en la familia, y no abandonarlos por las dificultades que trae brindarles la calidad de vida apropiada, en donde un buen modelo de intervención trabajaría con la familia potenciando las fuerzas que ésta posee y posibilitando el desarrollo en conjunto de todos sus miembros y acompañándose mutuamente en los diversos procesos.

Con respecto a todo lo ya expuesto, es importante considerarlo para mejorar las condiciones y el trabajo que se realiza con los Adultos Mayores, más aún aquellos que se encuentran en total abandono o bien que no tienen un contacto tan recurrente con sus redes primarias, es así como la labor debe apuntar no sólo a gestionar los servicios básicos que requieran éstos, lo cual es sustentado por el modelo Sociosanitario que promueve la institución, entregando de este modo “el conjunto integrado de servicios y/o prestaciones sociales sanitarias, públicas y privadas, que se destinan a la rehabilitación y cuidados de personas que se encuentran en diferentes situaciones de dependencia” (Rioja; Muñoz, 2009, p.69), sino también a expandir el espectro y permitir que se den las instancias para el fortalecimiento del vinculo familiar en el caso de que éste se pueda realizar o bien, generar los instrumentos y promover los medios para que el adulto mayor pueda insertarse en la sociedad de manera óptima, como una persona autovalente, con cierta independencia, que no se le impida sentirse parte de la misma y que cuenta con las capacidades para aportar a ella. Lo cual se condice con la propuesta que realiza la residencia para Adulto Mayor Carlos Mujica Castillo, que al utilizar el modelo Ecológico, “considera al Adulto Mayor como un sistema de otro sistema llamado familia y ésta a su vez, dentro de la comunidad” (Rioja; Muñoz, 2009, p.69), aunque es preciso señalar que falta fortalecer esta idea de trabajo en red, tanto desde la institución como desde las personas que la componen, ya que es un organismo que no depende del SENAMA y utiliza ciertas directrices gubernamentales, lo cual puede resultar un plus para la independencia en el trabajo que se desarrolla, pero al mismo tiempo es un problema para la consecución de recursos y la labor directa realizada con los Adultos Mayores, por ejemplo en lo que respecta a las relaciones que se pueden establecer con las familias o bien el facilitar el encuentro con las mismas.

En definitiva, ante la ausencia de esta red primaria, es que el Hogar de Cristo trabaja otras áreas, a través de los modelos de Trabajo en Red, Sistémico – Ecológico y Sociosanitario. Los dos primeros, como se mencionó anteriormente, son fundamentales para el Trabajo Social, ya que al Adulto Mayor se debe incorporar en una recursividad de sistemas, que permitan potenciar los recursos que le brinden un bienestar en su última etapa de la vida. En cuanto al sistema Sociosanitario, es un modelo de vital importancia para el trabajo con los Adultos Mayores, ya que entrega un sustento en el ámbito de salud y como esta se relaciona con el ambiente.

Es así que para desarrollar el Trabajo Social de Caso con Adultos Mayores, el Trabajador Social debe contar con la capacidad de visualizar al usuario como parte de un sistema mayor, generando y fortaleciendo vínculos, comprendiéndolo como parte de un todo, del cual se deben optimizar los diversos recursos que estos entregan, y a la vez trabajando en las problemáticas más inmediatas del Adulto Mayor, las cuales son generadas en su microsistema y la solución de éstas son necesarias para el desarrollo y bienestar inmediato del usuario.

Es así que el trabajador social debe contar con habilidades para la acción profesional con Adultos Mayores, como lo son “creatividad para saber adaptarse a la peculiaridad de cada caso, improvisación ya que el usuario es imprevisible, racionalidad que aporta meditación y control a la actuación; espontaneidad que asegura la autenticidad; flexibilidad que evita la rigidez profesional; rigor metodológico que asegura la postura profesional; recursividad intrínseca dentro de la aplicación del proceso metodológico; tecnicismo entendido como la adaptación del argot profesional al usuario y por último la paciencia que asegura la constancia de la actividad profesional, incluso por períodos largos de tiempo” (Fernández et al, 2006, p.5).

Estas aptitudes se pusieron en práctica en nuestra labor desarrollada en la Residencia Carlos Mujica, en donde el trabajador social deber ser creativo y adecuarse a las distintas situaciones que se le presenten, las cuales muchas veces no se ajustan a la cotidianeidad de la profesión, como es en el caso de la labor con Adultos Mayores, donde el acompañar al mismo a realizar alguna actividad, una compra o el pago de una pensión resulta un hecho fuera de lo que se espera, pero que es parte de la labor con los usuarios de la Residencia. Otro elemento fundamental, que se señaló anteriormente, que se debe considerar para el desarrollo de la profesión es ser capaces de improvisar, teniendo la capacidad para salir victoriosos de una situación inesperada como puede ser el impartir un taller a raíz de la ausencia de las personas encargadas de aquello, donde se desarrollan las capacidades de manejo de grupo y el contacto con los Adultos Mayores es más fluido y cercano, lo cual está completamente ligado con la espontaneidad y autenticidad de cada personas que está a cargo de la actividad, por lo que la manera de relacionarse con los usuarios estará determinada por estas características. La flexibilidad como otro elemento de gran relevancia en la labor profesional se manifiesta en la disposición que debe existir para asumir cualquier tarea, aunque ésta no estuviese contemplada o bien su realización implicará poco tiempo y preparación. Es importante no dejar de lado el rigor metodológico que caracteriza a la profesión en el trabajo con Adultos Mayores, el cual se presenta a través de la utilización de los instrumentos con los que cuenta la misma, como es el desarrollo del Informe Social, la Visita Domiciliaria o el Informe de Derivación, los que ayudan a que el actuar del trabajador social sea eficaz y eficiente en los recursos y tiempos que se necesitan.

En nuestra experiencia práctica, nos vimos limitados en el desarrollo de la generación de redes, realizando un accionar más bien concentrado en el microsistema, que buscaba brindar en el momento el bienestar psicosocial del usuario, realizando interacción sólo con Programas de la misma institución, que tenían como finalidad derivar a los Adultos Mayores entre las mimas Residencias del Hogar de Cristo.

Además de estas habilidades profesionales, se debe desarrollar a nuestro criterio, la frustración, ya que el trabajo que se puede realizar en la institución está determinado por el Modelo Técnico de Residencia, por lo cual nuestro actuar se vio bastante limitado. Como habilidad a trabajar, es el desarrollo y generación de redes, ya que los Adultos Mayores de la Residencia Carlos Mujica, debido a su condición de vulnerabilidad y abandono, necesitan de las diversas instancias que colaboren con la optimización del último período de su vida.

Por ello el desafío está en asumir todo lo mencionado y ser capaces de innovar en la labor profesional, para que al momento de trabajar con personas que no cuenten con una red primaria tan elemental como lo es la familia, exista la capacidad de abordar otros campos, para velar de este modo por el bienestar del Adulto Mayor en todos los ámbitos, sin descuidar lo que el propio estime conveniente y le sea pertinente para su vida, así como considerar que al ser parte de un contexto, de igual forma se le entreguen las herramientas para que pueda desarrollarse más allá de la convivencia diaria con quienes le rodean y ver al Trabajo Social como un medio de transformación que se manifieste en la cotidianeidad de las personas. Además cabe señalar que otro reto que deberá enfrentar el Trabajo Social se relaciona con el aumento de la población Adulta Mayor y las condiciones de deterioro, abandono y/o vulnerabilidad a las que llegan en su última etapa de vida, lo que es producto del desarrollo de su ciclo vital, por lo cuál se deben crear programas que busquen concientizar a la población de esta situación, asimismo crear políticas públicas que vayan en auxilio de aquellos que no cuenten con una red primaria presente. Es ante esta situación que se deben formar Trabajadores Sociales que sean capaces de captar esta realidad y trabajar en el desarrollo de redes, principalmente creando la conciencia de la labor que le cabe al Estado en esta temática.

Bibliografía

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